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POR
: César Ángeles L.


Recientemente, Rodolfo Hinostroza ha publicado una crónica testimonial nada feliz acerca de su relación, y diálogo final, con su contemporáneo, el poeta Javier Heraud (“Javier Heraud: El Burgués Guerrillero”. Caretas N° 2130 del 20 de mayo de 2010), la misma que recibió algunas inmediatas réplicas, como la publicada por el narrador Dante Castro en su blog ("Infamia y disparates contra Javier Heraud": 21 de mayo de 2010) y reproducida en el de Rodolfo Ybarra, quien simultáneamente expresó allí su posición; así como una enérgica carta de la propia familia Heraud a la revista Caretas, la cual, a su vez, glosó una respuesta en la línea ideológica de Hinostroza.

Hay que sumar a lo anterior, un actual debate público entre el narrador Gregorio Martínez y el propio Hinostroza, desde que el primero lo tildara de “cobarde” -una y dos veces-, por no seguir los pasos de sus compañeros becados en Cuba cuando estos se lanzaron a la experiencia guerrillera en el Perú de los años 60. Acerca de lo anterior, Hinostroza viene aclarando, entre amargos desmentidos, qué sintió, pensó y actuó en aquellos años de la Cuba postBatista; lo cual, en fin, resulta coherente con su viejo escepticismo acerca de cualquier práctica de corte socialista revolucionario. Lo que más bien llama la atención es que el otrora contestatario poeta de Contranatura, libro de inspiración libertaria y contradictor del poder, firme un segundo artículo notificando una “denuncia por Difamación Agravada” contra el autor de Canto de sirena y reclamando para sí el amparo de “la justicia de mi país” [el Perú]. ¿A cuál justicia se referirá Hinostroza? ¿De qué manera vivirá y se situará en este país? Es decir, ¿qué significa vivir en el Perú?

Y, por supuesto, en la álgida discusión en torno a uno de los mayores referentes de esta promoción ha terciado el gran desmitificador de la poesía peruana, José Rosas Ribeyro. En la revista El hablador, publica una larga colaboración donde rompe lanzas por la línea hinostroziana y resume su, al parecer, traumática experiencia política en los equívocos años 70, proyectando en Heraud sus propios fantasmas al testimoniar su visión feérica de las guerrillas del 60 (de “estupidez política” tilda esa experiencia, autoflagelándose en público), y prácticamente responsabiliza a las autoridades cubanas de entonces, al Che Guevara y al filósofo francés Regis Debray por la decisión de quienes, como Heraud, vinieron a hacer la guerrilla en esta parte de América. Lo que hay que leer, a veces. Como si personalidades de la dimensión de Edgardo Tello, Luis de la Puente Uceda, Guillermo Lobatón, Juan Pablo Chang, Máximo Velando o el propio Javier Heraud, entre tantos otros, hubiesen sido unos pobres borregos carentes de criterio para discernir qué hacer con sus vidas. Y como si aquella época, caracterizada por las antinomias y derrotas de aquella izquierda, según la narración de José Rosas, diera como resultante que todo no fue sino un acto fallido, un fiasco político. Contada (recortada) así la historia, y puestos los puntos sobre las haches y no sobre las íes, no ha lugar, en efecto, a otras conclusiones. Sin embargo, criticar las estrategias, los vacíos tácticos, e incluso los problemas ideológicos de aquella experiencia guerrillera, no supone necesariamente sesgar el sentido ni la justicia de la rebelión. Porque, de no resaltar esto en primera instancia, antes que cualquier crítica o deslinde, cabe perfectamente la pregunta de cuál tipo de memoria se está promoviendo, o reforzando, en la conciencia de los lectores.

En verdad, se trata de un asunto que no es nuevo, ya que al quinto mes en punto de cada año (Heraud murió asesinado por la policía peruana en Madre de Dios el 15 de mayo de 1963) vuelve a ser noticia y se discute acerca del carácter de la vida y la obra de un apreciado poeta como Javier Heraud. Salvando las distancias y demás, este debate en ciernes me evoca mi actual polémica sobre César Vallejo y Georgette ante la crítica, de la que se ha dado cuenta en este mismo espacio. Y es que, tomando como punto de partida una colaboración y declaraciones del mentado José Rosas Ribeyro, en Martín, también me hallo discutiendo públicamente sobre los sentidos políticos que operan en las opiniones, aparentemente inocentes, relacionadas con la memoria cotidiana y personal de ciertos sucesos. Aunque no soy partidario de idealizaciones ni mitificaciones sobre nada ni nadie, y creo, por eso mismo, que las crónicas y opiniones personales caben como referencia al momento de calibrar diversos personajes y hechos históricos, tampoco soy tan ingenuo para obviar que cualquier testimonio (más aún si se publica en un medio periodístico) nace y circula situado políticamente. Es decir, porta un para qué y desde dónde se dice, se edita y se publica aquel. A algunos, admitir este simple hecho, al parecer, les cuesta más que subir un nevado sin ropa protectora ni preparación adecuada. Como he aclarado, en relación con mi discusión en torno a Vallejo y Georgette, no me anima a escribir ningún texto con ánimo personalista, ni lo hago en esta ocasión contra el polifacético autor –recientemente homenajeado y con una nueva pieza teatral titulada, muy oportunamente, Ya ni en la paz de los sepulcros creo– de “Nudo borromeo”. Pero no deseo callar ante circunstancias que interpelan nuestra responsabilidad como escritores y simplemente como actores de nuestros tiempos.

En el citado artículo de Dante Castro, hallo que sus argumentos son válidos y contundentes. Lo de Hinostroza, en cambio, en primera instancia me recordó lo que me dijo alguna vez, en tono confesional, un conocido poeta del 60: “Yo sé que soy un mito para los jóvenes poetas; pero como no morí como Heraud, ni como Hernández ni como Ojeda, no soy un mitazo”. Había y hay, me parece, cierto aire a revancha póstuma. Es un aire o turrón que me sopla otra vez, ahora, leyendo esto de Hinostroza sobre Heraud. En el terreno de egos inflados que cunde en la poesía (no solo) peruana, restarle grandeza a Heraud (en su vida o en su obra) es podarle hojas a este árbol, joven pero fértil, que al parecer atormenta con su sombra a algunos de sus pares. Su vida breve, auténtica e intensa, de la mano de su época, incita a penetrar en su apreciable obra poética: suerte de perenne work in process –por el temprano asesinato de su autor– en la vasta poesía peruana.

Así que quizá el tipo de sinceramiento, que se supone está en la base de los testimonios de época, no sea tan gratuito, inocente ni necesariamente verídico como quieren hacernos creer algunos. Para empezar, en ello también opera un recorte y edición de datos. Cómo bien dice Dante Castro, a propósito del referido artículo en Caretas, siempre hay que reparar en cuánto y qué es lo que no se dice ni se critica, lo que no se desenmascara, lo que se deja sin tocar. Más aun en crónicas como esta de Hinostroza, que se cierra rememorando una conversación final con Heraud, en La Habana-Cuba (con plante de analista político, o de centurión del “belicoso” grupo de becados, ante un pobre “poeta joven del Perú” trasmutado, en esta anécdota, en un “niño bien”, culposo e inconforme ante su adolescente pasividad). En dicha escena final, según el cronista y, por entonces, aprendiz de la limpieza, Javier le quiso demostrar su virilidad, tantas veces postergada en el colegio, sumándose a las guerrillas guevaristas en Sudamérica. Patética confesión que culmina con una palmadita bien contranatura de su “cholo” y “rudo” interlocutor.

Pero ¿solo tenemos la palabra de Rodolfo Hinostroza para corroborar su aserto? En lo que respecta a la anécdota en aquel “jardincito” (¿o Edén? ¿Caín y Abel en La Habana de los 60?) frente a la casa donde ambos vivían, además de los referidos argumentos críticos de Dante Castro, hay otros elementos a considerar. Por ejemplo, la propia poesía de Javier Heraud, que a pesar de la brevedad correspondiente a su vida, tiene no solo la intensidad y calidad reconocidas, sino diferentes estaciones. En estas cabe incluir, naturalmente, su poesía vinculada a su precoz radicalización política (a propósito, ¿qué clase de juventud sería aquella que no se rebela ante un mundo terriblemente injusto como este?) como, por ejemplo, los diez de “Poemas de Rodrigo Machado” (La Habana-La Paz: 1962-1963). Esa que a otro escritor y crítico literario de la retaguardia, pero esta vez del 70, como Edgar O’Hara, le parece que “Si Heraud ha de quedar en la tradición poética de lengua española no será por los datos de la persona biográfica ni mucho menos por los poemas ‘comprometidos’ de Rodrigo Machado. Si el buen paladar sabe distinguir entre Havanna Club y el Pomalca ron rubio sol que me da su calor, ¿por qué en poesía va a ser tan complicado aceptar que los versos "militantes" de Heraud son versos de ocasión, motivados por las circunstancias, emocionales y políticas, en que se hallaba?” (Del prólogo a la reedición de Estación reunida. Editora Mesa Redonda, Lima, 2008: 18). O sea, una voz poética, ahora sí, antipática, disonante y de estro poéticamente incorrecto.

Entre ese lenguaje académico y de pichanga literaria en la miraflorina bajada de baños, se pretende ridiculizar el contradictorio y complejo proceso que todo artista verdadero tiene que practicar para lograr nuevos hitos creativos. Lo anterior es producto de una posición recalcitrante, parcial y finalmente conservadora para no ofrecer una perspectiva unitaria de todo camino artístico y literario, recortando al autor y su obra -en este caso específico, la de Javier Heraud- según los fantasmas del propio crítico. Conviene releer, al respecto, el acertado comentario que publicó Paolo de Lima en su blog Zona de Noticias: 10/08/2008, donde, entre otras precisiones, hallo la siguiente: “Considero que la conclusión de O'Hara, cuando afirma que ‘la voz poética de Javier Heraud no respalda a estos poemas [de Rodrigo Machado] por más que la persona biográfica lo quisiera’, no debería servir de pretexto para desatender uno de los aspectos de la escritura de Heraud, aspecto que requiere su propia puntual atención, y qué mejor que a través de un volumen propio, como hiciera el propio O’Hara con los seis poemas en prosa que conforman los Viajes imaginarios de Heraud”.

Por mi parte, añado que en abril fui invitado a conmemorar el “Día del Idioma” en el Pedagógico de Monterrico. Allí, ante un público compuesto mayoritariamente por mujeres jóvenes de 19 a 24 años, leí algunos poemas de Juan Gonzalo Rose y Javier Heraud, dando fe de mi temprano aprecio por ambos poetas, desde cuando mi primer amor, al final de la secundaria, estuvo acompañado por su poesía. De Heraud, leí poemas de diversos momentos y facturas: lírica (“Elegía”), lírica-social (el primero de Las sombras y los días), lúdica (“Las cucarachas”, quizá en clave simbólica sobre la élite en este país –acoté-, el cual arrancó largos aplausos del respetable), y también uno de su heterónimo Rodrigo Machado (“Arte poética”). El recital fue un éxito, y sé, por la emoción movilizada por esta poesía, y la de Rose, que ambos poetas ganaron más lectoras y lectores desde aquel día “del idioma” –por un momento, menos hispanófilo y seudocervantino–; lo que es otro argumento práctico para refutar la antojadiza idea de que literatura, política y realidad social son elementos de cuya fusión dialéctica en el lenguaje nada bueno puede nacer. Contraejemplos hay muchos, empezando por el gran César Vallejo. Ni más ni menos.

Otro elemento a considerar, para darle el valor exacto a la anécdota del Edén habanero y otras hierbas, en versión hinostroziana, es calibrar las declaraciones públicas del propio autor de Consejero del lobo. Y para ello quizá sirva considerar esta entrevista que le hice hace varios años, aparecida en La República, en plena era de apagones y detonaciones por (casi) todos conocidos. No solo el título sino varias de sus respuestas finales a propósito de una experiencia y un libro suyos, en apariencia lejanos de este debate, echan luces sobre su posición política y, en consecuencia, del carácter de su debatida colaboración periodística; y es por ello que la traigo a colación ahora. Dicha entrevista la cortó de forma abrupta el propio entrevistado, al solicitarle su opinión sobre una crítica de Miguel Gutiérrez, en su ensayo La generación del 50 (1988), acerca de su poesía y el compromiso social. Luego de pedirme que apagase la grabadora, y no responder mi pregunta, dio la última respuesta que apareció editada. Después, se marchó contrariado. Este hecho es síntoma de que Rodolfo Hinostroza, como tanto peruano de clase media, suele tener habilidad para ironizar sobre otros, pero poco sentido del humor, empezando por sí mismo. Lo que, a su vez, indica que algo no anda(ba) bien en su conciencia en relación con su trayectoria personal y como autor. Pienso que quien reacciona mal ante una crítica suele revelar alguna herida, cuando menos, no cerrada.

Por otro lado, y aunque hace tiempo que descreo de Fidel Castro y el PC cubano, sobre todo desde que ese proceso se hipotecó a una Unión Soviética en franco retroceso en lo que a construcción comunista se refiere (con los resultados por todos conocidos), no niego el papel protagónico que a dicha historia y a su dirigente principal les cupo en los aires renovadores del 60 en América Latina y otras partes del mundo. Esto lo aclaro a propósito del reiterado antifidelismo de Hinostroza, el cual coincide en sus efectos con el de aquellos cubanos emigrados que, so pretexto de la libertad (de mercado), desde Miami y otras opacas esquinas del mundo, sirve para apuntalar políticas imperialistas y neoliberales con tal de derrocar el régimen cubano e instalarse como gobierno en ese país, con objetivos, por cierto, nada altruistas. Acerca de Cuba y la retórica de los derechos humanos, léase la siguiente precisión de Salim Lamrani (donde hay que agregar, entre otras cosas, la larga lista de crímenes impunes en un país como el Perú), periodista francés y catedrático de la Universidad Paris-Sorbonne-Paris IV.

Llegados a este punto, por lo pronto queda claro una cosa: bajo una retórica –o ropaje– costumbrista y de anecdotario espontáneo, antiacadémico, actualmente resurge cierta tendencia para ver los hechos y a ciertos personajes transformadores como Vallejo, como Heraud, entre tantos otros, de una manera supuestamente cotidiana. Pero en esa cotidianeidad, que ya va cobrando forma como una línea estética-política que llamaré “cotidianeidismo”, simultáneamente se les van limando sus características, estancias y logros de mayor avanzada política. Son otras maneras de volver romas las cabezas y trayectorias más inspiradoras para el cambio que ya no debe esperar más en el mundo, sobre todo en países como el Perú, con oleadas (arcadas) y sectores dominantes neoliberales de rancio espíritu dependiente de los grandes intereses del capital multinacional. Una buena razón –una más– para no callar en esta hora y hacer memoria. Una memoria otra: la que moviliza la esperanza y la auténtica radicalidad del socialismo.

En relación a lo expresado en este artículo, léase este agudo texto del poeta, investigador y miembro de Intermezzo, Luis Fernando Chueca, que leyó en el mencionado homenaje a Rodolfo Hinostroza, con el propio Hinostroza al lado. Me pregunto si algo de esta lectura habrá influido para las recientes colaboraciones periodísticas de este último sobre Javier Heraud.


VIDA Y MUERTE DE JAVIER HERAUDR HERAUD


Comentarios

Anónimo dijo…
Excelente artículo, me gusta, pero me queda la pregunta de si desmitificar no es un ejercicio sano en una tradición poética fuerte como la peruana. Entiendo que Hinostroza lo hace a beneficio personal, evidentemente, pero ¿no será también provechoso presentar a los seres humanos con sus virtudes y defectos? Desmitificar a los héroes eternos de nuestra literatura. ¿qué opinan?

ana
Hola Ana, gracias por tu comentario y participación. Nos gustaría saber también qué te agradó o interesó en este artículo, como dices. Sobre tu interrogante, obviamente, y como en el propio texto se dice, poner las cosas como son es sano y siempre sirve, sobre todo en este país donde la mentira principalmente desde el poder ha solido ser lo usual. Algo tan patológico, además, como sabemos. Sin embargo, creemos también que la identificación de ciertas personalidades y hechos históricos como relevantes resulta muy importante, para marcar el camino de transformación hacia un mundo mejor en cualquier parte del mismo. Ello no implica mentir ni inventar características para nada ni para nadie (sea en el campo literario u otros), pero muchos de quienes dicen desmitificar y decir las cosas como son esconden sus objetivos contra esa transformación, y en la práctica apuntalan una realidad injusta como la actual. Esa es nuestra crítica. Así como no hay que ser ingenuos para valorara los aportes de ciertos personajes y experiencias, tampoco hay que ser ingenuos para sopesar políticamente las opiniones de ciertos comentaristas como Hinostroza y muchos otros. De esto se trata en mi reciente texto, a propósito del caso Heraud. Todo lo que decimos, o callamos, tiene un trasfondo, una posición, un para qué: este es el sentido político de cualquier hecho y palabra. Contra lo que algunos quieren hacer creer, no hay nada neutral ni gratuito en esta vida. Esa es nuestra posición, y por eso también Intermezzo se plantea como una revista de cultura y política, para evidenciar esta unidad en cualquier realidad y en cualquier crítica. Saludos sinceros / César Ángeles L.
Azul dijo…
Sólo quiero conocerme
a fondo como siempre,
sólo quiero
descansar en tierra muerta y en olvido.
Yo podría vivir solo
en el mar,
o en los montes,
pero siempre
necesitaría
de unos cuantos,
de un puñado,
de un racimo
de amigos
para pasar las
noches al lado
del café y del
silencio.
Refúgienme
como siempre
en vuestros
pechos,
corazones
alertas.
No sé si
podré
escribir
más
pues
ya
no
puedo
arreglar
este poema
librarme de esta
mesa, librarme
de
esta silla.
Esto es para ti Cesar Angeles, Heraud, Vallejo, algun dia seras como ellos , tan soñador, tus pensamientos quedar{an atrapados en la poes{ia de estos escritores, pero tú que quieres y que haras o quieres ser como ellos?
Anónimo dijo…
Azul:

No sé quién eres, solo sé tu color, pero gracias por el poema, y por la asociación con estos poetas que aprecio y admiro, entre tantos otros artistas de aquí, del mundo,
En verdad quién puede saber adónde irán a parar nuestros pasos, lo sabes tú, acaso?
No creo que nadie pueda ser como nadie, aunque se lo propusiese, somos únicos,
Sin embargo, todas las influencias, buenas y malas, imagino que nos marcan y nos conducen por el camino que vamos poco a poco trazando, somos hijos de nuestras experiencias vividas y actuadas, y eso incluye a la poesía, a esta correspondencia también, por ejemplo, a las cosas grandes y a las pequeñas que permitimos que nos sucedan. ¿Pero habrá, en realidad, algo pequeño en la vida de cada quién?,

Más que soñador, creo en ciertos valores y objetivos, y procuro ser honesto con ellos, aunque muchas veces fallo también. Y confío no estar solo en esta fe. Lo que quiero, quizás, como decías tú Martín Adán, es mirar el mar, simplemente mirar el mar con todo mi corazón, limpio, libre, plena y serena mente, con un sol en el corazón y un puño en la mano para cuando sea necesario. Un saludo, y cuéntanos de ti cuando puedas o desees, azur Ultra mar.
Conoces mi canción?: ve la película Dead Man. (C.A.L.)
Unknown dijo…
Hinostroza es sincero al decir que le hubiese dado vergüenza ganar el premio poeta joven del Perú, es obvio x que él no le llega ni a lustrar los zapatos a Javier Heraud

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