CARMEN OLLÉ: He sido timida, pedante, antipática, sincera, mentirosa, perversa

Entrevista Gabriela Wiener
Carmen Ollé tiene problemas con su PC. Tantos que ha tenido que ir a una cabina de Internet a terminar esta entrevista. Hoy le han enviado un montón de textos de economía para corregir y está agotada. Los poetas también trabajan, también comen, también tienen hijos y nietos. Ella no lo sabe, pero mientras me cuenta su día un poco accidentado, yo estoy leyendo Por qué hacen tanto ruido, la novela corta que la escritora publicó por primera vez en 1992 y que ahora recupera la editorial Intermezzo Tropical en un volumen rojo sangre (*)
El libro es una extraña joya dentro de la obra de Ollé –"ficción-intención-imaginación–autoengaño, pero no terapia”– y es curioso cómo en el autorretrato implacable de esa mujer que fue, también habita la mujer y la escritora que es ahora, aunque la premie la Casa de la Literatura. Duele y a la vez fascina descubrir que son las mismas batallas las que acompañarán a un creador durante toda su vida, sus fortalezas e indefensiones: Manterse viva a toda costa, ser escritora a toda costa, aunque te doblegue el miedo o te persiga la sensación de ser un fiasco: “Solo podía empujarme a desistir de serlo, el hecho de reconocer que nunca había sido una escritora de verdad, sino una especie de actriz, alguien que fingía, que inventaba una parodia. Posiblemente inventé mi sufrimiento, mi deleite, mi alma y hasta mi propio vacío”, escribe Sarah, la joven mujer de Por qué hacen tanto ruido,  trasunto de Ollé, que vuelve a Lima después de vivir una temporada en Europa al lado de su marido, Ignacio, también escritor, e intenta insertarse junto a él en su nuevo núcleo sintiendo obsesivamente que la posibilidad de la escritura se le escapa de las manos, al tiempo que debe lidiar con la enajenación del poeta torturado, la hostilidad de su familia, la maternidad y sus propios fantasmas. Solo la lectura luminosa y la escritura intermitente la salvan de visitar la farmacia por otro valium. Sarah (o Carmen) acorralada por las preguntas de su entorno, que insinúa que ser escritor es sinónimo de vivir como un vago. Sarah (o Carmen) dudando si renunciar al trabajo en la universidad para dedicarse de lleno a la literatura.  
Aún metida en una cabina limeña llena de computadoras destartaladas, Carmen Ollé siempre será una muchacha bajo su paraguas preguntándose por el amor, aunque los demás se rían o piensen que el amor es ridículo: “No temer el ridículo, ni el milagro de la risa”, escribe, como imperativo categórico. Y es lo que hacemos.

¿Podrías describirme una escena de tu niñez o adolescencia que nos haga ver eso más allá de ti que te empujaba a la literatura?
Fui con mi padre al cine a ver una película sobre Freud. Hubo una escena que me impactó mucho. Freud está analizando a un paciente neurótico, es un muchachito rubio, débil, delgado, y al parecer alguien que lee mucho. Freud repasa la biblioteca del joven y saca un libro: las Iluminaciones de Rimbaud y lee un fragmento. Yo creo que mi vida cambió radicalmente en ese instante en términos de sensibilidad y sentimientos. Me sentí tocada.  
Todos los que te conocen te describen como una persona tímida, aunque también como alguien con mucho sentido del humor. ¿Cómo te defines tú?
Tal vez fui tímida cuando era una adolescente, pero en realidad no lo soy; sí tengo la manía de ensimismarme. Desde joven me perdía –decía mi hermana– en el “espacio” (interior), y eso puede parecer timidez. Pero yo les paso la voz a las personas que reconozco en la calle, converso con mis vecinos, siempre que considere que son personas con un mundo rico, vital; no les hablo a quienes me resultan aburridos o pedantes. Prefiero a cualquier achorado o achorada, si tiene detrás un universo aventurero o rebelde .
Entonces, ¿cómo dirías que alguien puede conocerte?
Sólo dime, ¿quién llega a conocer a alguien? Las personas no somos las mismas. Así como mi cuerpo ha ido cambiando con los años, mi ego también: he sido tímida, pedante, antipática, sincera, mentirosa, he sido perversa, tengo como todos un lado oculto, nadie es del todo transparente. Tampoco a través de la obra puedes llegar a conocer completamente a su autor o autora, aunque sí asomarte a su lado oscuro, que supongo viene de nuestros ancestros más antiguos, cuando éramos cazadores homínidos, o quizá lémures. Por ejemplo, el lado oscuro de Patricia Highsmith, si lees su biografía te quedas impactada porque era una mujer tenebrosa y solitaria. Yo creo que también tengo un lado solitario, poco sociable, lo reconozco. Y tiendo a los bajos fondos, me atraen, por algo hace años le pedí a un amigo que me llevara a conocer un barrio bastante maleado en el Callao. El miedo, necesitaba sentir el miedo. Entonces tenía 38 años.
¿Ha sido tu carácter relevante para tu vocación de artista y para la construcción de tu voz literaria?
Mi carácter supongo que lo heredé de una abuela melancólica, de una madre autoritaria y enamorada de su belleza –aunque excelente enfermera– con quien nunca pude conversar realmente, y de un padre amoroso pero más interesado en la política que en el mundo interior, aunque sí respetaba mis gustos por la literatura y el arte. Y sobre todo de un medio ante el cual me rebelé siempre, la Lima de clase media, pacata, aburrida, hipócrita y de espaldas al mar y al sueño. Lima-desierto, pero sin camellos ni beduinos, Lima sin tormentas, llena de mendigos. En mi niñez me gustaba ver a los gitanos, pero me perturbaban los mendigos y dementes que poblaban el centro,  en donde pasaba muchas horas cuando era estudiante universitaria.
La escritora catalana Laura Freixas ha dedicado gran parte de su vida, entre otras cosas, a tomar nota de cuántas veces sale una mujer escritora en un suplemento literario, comparadas con las veces en que sale un escritor y el resultado es escandalosamente desigual. ¿Has hecho mínimamente este ejercicio? Por ejemplo, si  comparas las tuyas con las apariciones de, no sé, un Alonso Cueto.
No suelo compararme,  que otros aparezcan más que algunos o que yo es algo que no me quita el sueño, porque además, Borges tenía razón cuando dijo que hay dos ríos cerca: uno te da la inmortalidad, el otro te la quita. Y es que todo desaparece, todo se olvida, no hay que apostar por la permanencia. Además, no tengo tiempo para pensar en lo que publican los diarios, pero sí me indigna el machismo de algunos gacetilleros y el que no se tenga en el imaginario a la escritora o a la poeta, aunque en mis talleres algunos participantes ya las leen y toman en cuenta cuando pregunto por sus autores preferidos, un indicador interesante: junto a Pizarnik, mencionan a Pilar Dughi, Alice Munro, María Emilia Cornejo, y  bestsellers, como la creadoras de  sagas fantásticas, por ejemplo.

Creo que tenemos grandes escritoras en el Perú, pero a veces pienso que han escrito muy poco. ¿No lo crees?
No es fácil dedicarse a tiempo completo a la escritura, incluso tener un horario diario de 2 o 3 horas ya es una conquista seria, porque tienes que trabajar mucho para pagar las cuentas, y si tienes carga familiar, llevar una casa, eso te ocupa mucho tiempo. Suerte la de algunas mujeres cuyos esposos son también sus sponsors, pero de esos no hay muchos. Tampoco hay becas para acogerse un tiempo y dedicarse a un proyecto, ni de parte del sector privado ni del público, porque INABEC o PRONABEC sirven para otra cosa, y te ponen miles de obstáculos, además.
"Dedicarse a la literatura, para una mujer con hijos, sin trabajo bien pagado, es un sacrificio y una entrega heroica". 
¿Qué nivel de dificultad tiene una mujer escritora para vivir, cuidar, y al mismo tiempo hacer una carrera en el mundo de las letras habiendo nacido en el Perú?
En el Perú todo cuesta más que en otros países, más que en el primer mundo: la comida es más cara que en USA, los servicios, y los sueldos son precarios; si somos trabajadoras independientes, como yo, creemos que tenemos tiempo para nosotras, pero todos los pedidos vienen al mismo tiempo, entonces resulta más complicado. No hay contratos con editoriales que te den buenos adelantos y puedas dedicarte a “botar” un libro cada seis o 12 meses. Dedicarse a la literatura, para una mujer con hijos, sin trabajo bien pagado, es un sacrificio y una entrega heroica. Pocos pueden reconocerlo como un trabajo y no como un hobby.
Cuéntame cualquier cosa que recuerdes de algún encuentro con Blanca Varela, lo que sea. Si más doméstico, mucho mejor.
Blanca era muy conversadora y radical en sus juicios pero muy amorosa como madre, recuerdo una cena en casa de la poeta Giovanna Pollarolo, estaba Blanca con sus dos hijos, Lorenzo y Vicente, y muchas otras personas. Lorenzo dijo que saldría un momento a la calle. Blanca se desesperó, a dónde piensas ir, le preguntó angustiada. Él le contestó que iba a estacionar su auto en un lugar más cerca y Blanca se tranquilizó. Esa angustia era premonitoria, porque al poco tiempo Lorenzo murió en un accidente de aviación.
Blanca era una estupenda poeta pero ¿era una buena compañera escritora de otros escritores?
Blanca presentó mi libro Por qué hacen tanto ruido en 1992, le hizo un prólogo estupendo. Me contrató cuando era gerente del Fondo de Cultura Económica, para preparar una antología personal de la poesía de Sor Juana Inés. Era generosa, incluso cuando le dije que una amiga estaba enferma de cáncer le obsequió –porque se lo pedí– un lote de libros que ella necesitaba para hacer su tesis.  Era drástica con sus gustos literarios, pero muy amable con las poetas, siempre íbamos a su casa a conversar, a tomar un trago y su charla era muy entretenida, ella era la principal protagonista de las reuniones y nosotras la dejábamos porque la respetábamos mucho. 
"En los años setenta, la noche limeña era hermosa y muy atractiva en términos de bohemia".
Hace poco se puso en cuestión el tema de las presencias femeninas en las izquierdas. Había machismo sin duda, también entre los compañeros. ¿Lo había también entre los grupos poéticos, en el Queirolo… ? ¿Cómo lidiaban tú y Dalmacia, por ejemplo con ello, con ellos?
No recuerdo que me haya cuestionado ni interesado en ese tema, pero sí lo noté especialmente cuando trabajé en las ONG, porque la dinámica de estas procedía de esa práctica de izquierda fundamentalmente. Nunca estuve en ningún grupo literario de modo permanente ni intenso, solo en Hora Zero, por un asunto circunstancial, porque  admiraba ese movimiento y a sus integrantes. Seguramente había machismo, en el Perú lo hay. Además al Queirolo yo no iba, solo al Wony y a otros bares de la Colmena y la Plaza San Martín, cuando era enamorada de Enrique, para estar con él sobre todo y vivir el amor de noche. En los años setenta, la noche limeña era hermosa y muy atractiva en términos de bohemia.
¿Qué entiendes tú por vida literaria y qué te genera esa idea?
Nunca he pensado en eso, pero sí me lo han hecho ver algunos amigos y parientes, ellos creen que el escritor tiene una vida diferente que se distingue por asistir a cenas con sus pares, a congresos de literatura, y todo lo relacionado con ese arte. En parte es cierto. Una vez, Pilar Dughi, amiga muy querida y escritora excelente, comentó que no entendía cómo yo podía tener solo amigas poetas o narradoras y no de otras ocupaciones. Me quedé pensando en ese detalle y me pregunté por su significado. Como Pilar también era psiquiatra, tenía amistades en distintas áreas.
Hay en "Los detectives salvajes" un homenaje a los poetas de los 70s pero también en lo que se cuenta hay cierta ironía en esas historias y melancolía por los grupos poéticos latinoamericanos de la época, por los poetas que se perdieron en el camino, a causa de la locura, la precariedad, el alcohol… que no escribieron más de un libro, que no llegaron nunca a construir una obra pese a su talento, que fueron olvidados. Cuéntame cómo leíste esta obra de Bolaño y qué imágenes te generan ahora mismo los grupos literarios.
En realidad, mi actuación en Hora Zero fue a través de mi relación personal con Enrique Verástegui, nos habíamos casado, teníamos una niña y yo ingresé a Hora Zero, pero nunca fui muy activa en los grupos, en ninguno, tampoco en los equipos de trabajo. Soy en esencia una persona a la que le gusta hacer las cosas sola, soy una solitaria, en eso no soy nada moderna, el trabajo en equipo me incomoda, y es el que ahora prevalece. A mí me avisó una amiga del libro de Roberto Bolaño no por el tema en sí de los poetas que se perdieron en el camino –un tema realmente latinoamericano, muy de los setenta–, sino porque en el libro menciona sin nombrar a un poeta peruano que –dice– enloqueció y hasta su mujer lo abandonó, y claro, yo le escribí una carta preguntándole qué había pasado con su antigua admiración por Enrique. Él me contestó muy amable que nos recordaba con cariño a mí y a Vanessa, pero no quiso incidir en el tema. Lo que los separaba era Octavio Paz. Enrique admiraba a Paz y Bolaño lo cuestionaba duramente como intelectual.
Un recorrido por tu literatura es también un paneo por algunos de los temas cruciales para las mujeres del siglo XX… Un abanico de prejuicios y manías asentados en el patriarcado y la literatura como respuesta. ¿Has releído tu obra? ¿Qué le pondrías y qué le quitarías? ¿Qué libro quemarías y cuál dirían que la gente no supo poner en verdadero valor?
Hace poco he vuelto a trabajar una novela, Pista falsa, la he convertido en un relato, con un tratamiento diferente sobre el tema de la relación de una mujer mayor y un muchacho más joven. Los relatos de Todo Orgullo humea la noche – este título es un verso de Mallarmé, que me olvidé de citar– también los he reelaborado. Ahora no arrojo nada a la basura, todo lo reciclo, en eso soy bastante contemporánea. Pienso que todo puede continuar y ser otro. Mi primer poemario Noches de adrenalina  –que tiene varias ediciones–, en algunas le he quitado lo “vanguardista”, en otras se lo he vuelto a poner.
Tuviste una relación casi de formación con Europa… ¿Qué te dio el viejo continente en su momento? ¿Crees que aún queda algo en ciudades como París o Barcelona para los jóvenes aspirantes a escritores, algo que no hay en otros lugares?
Yo viví en Europa en una época no globalizada todavía, el mundo de las finanzas y el de las libreras era otro; la literatura latinoamericana, con excepción del Boom, no era muy conocida  –estábamos más aislados; y estar en París, sobre todo a fines de los setenta e inicios de los ochenta, fue estar cerca de los exiliados de toda América Latina que habían huido de las dictaduras. No era nuestro caso, ni el mío, ni el de Enrique, pero sí el de muchos argentinos, chilenos,  peruanos, cubanos. Lo que me dio esa etapa de mi vida fue conocer a mujeres estupendas, como la colombiana Mélida Reaño, con una charla digna de su colega García Márquez. Ella venía del campo, había emigrado a París para mejorar su estatus. Mujeres como ella, de la Martinica, de Portugal, hasta de Suecia, hippies, chicas iraníes también, pues todas trabajábamos limpiando casas, hicieron que mi vida fuera maravillosa. Traté de recoger esa experiencia en Una muchacha bajo su paraguas.



CARMEN OLLÉ, ENRIQUE VERÁSTEGUI, VANESSA VERÁSTEGUI OLLÉ
Una vez escuché a Enrique Verástegui decir que deberías ser quemada en las hogueras de la Santa Inquisición…
Y “me quemaron”, pues. Un poeta organizó una pequeña hoguera en el patio de letras de San Marcos –hasta mi hija la vio porque ella estudiaba entonces arqueología en San Marcos–. A ese fuego echaron libros de Antonio Cisneros, Watanabe, mi primer poemario y otros. Dice mi hija que había alumnos que querían sacarlos pero no se lo permitían. 
¿Tienes contacto con Verástegui?
Sí, lo veo en los cumpleaños familiares, sobre todo cuando le llevamos al nieto, Stefano. Enrique es muy cariñoso con su hija y su nieto, él está enteramente entregado a su literatura y felizmente viaja a encuentros literarios fuera de Lima y también internacionales. Fue mi compañero por diez años, me casé con él y tuve a Vanessa, admiré en él su entrega incondicional a la poesía, eso fue muy intenso y fructífero, pero las relaciones entre escritores no son fáciles, y era mejor separarse, pero nos vemos regularmente y hablamos por teléfono sobre asuntos familiares.
Has dicho alguna vez que no te interesa ser autora de “un solo libro”, y sin embargo… Mostraste en tu discurso de agradecimiento a la Casa de la Literatura perplejidad porque aún se siga leyendo "Noches de adrenalina" después de 35 años y que siga siendo un libro emblemático dentro de nuestra literatura. ¿Cómo es tu relación con ese libro?
Todos queremos que se lea nuestra obra, no solo el primer libro, aunque sé que por lo general hay un libro emblemático, una especie de marca. Pero si uno continúa produciendo lo mínimo es desear que esa producción llegue a otras manos y a otros ojos y encuentre el lector ideal.




Alguna vez...

¿Tuviste abortos?
Sí, es una experiencia muy dolorosa, ahora pienso mucho en ello con tristeza.
¿Tuviste alguna relación lésbica?
He amado a hombres y  mujeres, incluso a mi profesora de francés, que me parecía encantadora. Los hombres y las mujeres son atractivos cuando lo son, nunca sé cuándo, depende de la química o de las fantasías que movilizan en ti.
¿Sexo grupal?
No, nunca.
¿Te drogabas?
De joven probé marihuana pero no tuve buenas ondas y lo dejé, soy demasiado nerviosa, me ponía hipocondríaca, sin embargo fumé cigarrillos durante muchos años, que también es una droga y bebí mucho durante una época.
¿Sufriste algún abuso o agresión sexual de parte de algún “compañero”?
Un profesor de la Cantuta quiso violarme en su auto de regreso de la universidad cierta vez, felizmente me salvó una patrulla, porque el muy tonto se había estacionado en la carretera frente a un bastión militar.
¿Fuiste víctima directa o indirecta del machismo?
No sé si directa o indirecta, pero el machismo es algo repelente en nuestro medio, en general en el mundo latino.
¿Te peleaste a muerte con tus padres?
No a muerte, la separación con mi madre era más de índole espiritual, porque mi padre murió cuando yo tenía solo 25 años.
¿Estuviste en fiestas que duraron días?
No, jamás, no habría aguantado tanto, me muero de sueño a cierta hora, sobre todo si he tomado unas copas. Y me llego a aburrir cuando la conversa se muerde la cola al final de una reunión, como suele suceder. 

Empoderamiento

Cuando formabas parte de esa generación del 70, había como la sensación de que los jóvenes movilizados podían cambiar las cosas. Esa sensación que muchos intentaron robarnos… ¿Crees que hoy en día hay un nuevo empoderamiento de la juventud organizada en la calle?
Sí, claro, pero ahora los motivos para la protesta están mucho más acotados. Sobre todo se movilizan por los derechos LGTB o por conseguir mejoras en las universidades o en contra de la ley del trabajo juvenil. Ese empoderamiento puede lograr fines más concretos que luchar por cambiar el mundo, una utopía.
Está claro que las mujeres peruanas la lucha por la igualdad es una tarea en marcha, en política, por ejemplo, la presencia de mujeres en posiciones de poder se ha incrementado en las últimas décadas, pero ese proceso hay de todo, desde Marta Chávez y Keiko Fujimori a Susana Villarán o la cada vez más cuestionada Nadine Heredia. ¿Crees que las mujeres tenemos que actuar con el doble de responsabilidad de cara a lo que nos estamos jugando en estos tiempos?
Sería mejor que las mujeres no seamos vistas genéricamente sino como individuos,  que cada una sepa lo que tiene que hacer y que se respeten sus decisiones.
¿Cuáles dirías que son las tareas más urgentes en lo que se refiere a políticas culturales en nuestro país?
Revisar la enseñanza en las escuelas, no puede ser que en lugares donde no se habla castellano se olvide la primacía del quechua o la de otras lenguas. Que se analice en el colegio el tema de la discriminación de todo tipo para que dejemos de ser un país lleno de prejuicios, odio y rechazo ante nuestra propia cultura, que es amplia y muy rica en las distintas regiones del Perú.
¿Aceptarías un cargo en política en este momento de tu vida?
No tendría muchas ganas de algo semejante, quiero tener tiempo para leer, viajar y seguir escribiendo.
Creo que tu obra puede darle otro sentido al concepto de igualdad de género: se aplica tanto a las reivindicaciones feministas como a los géneros literarios. En tus libros lo poético es narrativo, lo narrativo poético, y digo más, hay de autobiográfico y ensayístico. ¿Esta vocación por derribar fronteras se dio como algo natural en tí tras Noches de adrenalina, o fue una decisión consciente y subversiva?
Es la necesidad de adoptar formatos que se ajusten a mis intereses literarios, es decir, de mi propia escritura en ese momento. Lo que llamas subversivo es algo que sucede de manera natural a veces.
¿Quién te parece el mejor poeta de nuestra historia?
Nunca me planteo la poesía en esos términos, porque los poemas me gustan por sí mismos, y tanto puedo admirar uno de Trilce, de Vallejo, como otro de Canto Villano de Blanca Varela o el poema a San Juan de la Cruz de Verástegui. Igual me sucede con la poesía en general. Son los poemas lo que busco y si la personalidad del poeta me atrae es por el valor agregado, en el caso de Rimbaud, su juventud y nihilismo; en el de Villon, su marginalidad; en el de Pizarnik, su soledad terrible.
¿Qué novelas estás leyendo ahora?  ¿Algún gran descubrimiento?
LeÍ Brooklyn de Colm Toibin, un irlandés, y me gustó. Tengo en espera una de Joseph Roth, Fuga sin fin. Me interesa el tema del desarraigo.
Anímate a nombrar una heredera de Carmen Ollé.
Mi heredero espero que sea mi nieto Stefano, artista, aventurero o científico, tiene mis genes.

Un miedo rotundo

¿Qué recuerdas de la escritura de "Por qué hacen tanto ruido"?
Ese libro lo escribí en un contexto muy duro, cuando era profesora en La Cantuta... el terrorismo, la ocupación del Ejército en las universidades del Estado, fue una terrible experiencia, y en medio de todo eso, pues estábamos Enrique y yo queriendo dedicarnos a escribir, con nuestros problemas literarios  encima y con la lucha por la sobrevivencia. En Por qué hacen tanto ruido, el telón de fondo es la guerra del Estado contra Sendero, y la trama gira en torno a lo angustioso de ser escritora en esa época en nuestro país. 
¿La locura ha sido un tema que te haya obsesionado literariamente y perseguido vitalmente?
La locura me da miedo, siempre me angustia la posibilidad de caer en ella, nadie está libre, a veces he tenido pensamientos compulsivos, obsesivos, y la depresión es el mal del siglo, no el sida, realmente. La ansiedad no lleva a ninguna parte y las personas andan muy ansiosas. Felizmente, gracias a que seguimos casados, Verástegui goza del seguro médico en Essalud, porque yo soy jubilada de Integra, pero ese seguro a mí no me sirvió para operarme por el desprendimiento de retina y los genéricos que reparten no son buenos. Pero peor es no tener a dónde acudir cuando te sientes mal. Ahora me obsesiona algo peor que la ansiedad y la depresión, el quedarme sin chamba. Así de rotundo.
Tomado de: https://redaccion.lamula.pe/2015/07/18/carmen-olle-he-sido-timida-pedante-antipatica-sincera-mentirosa-perversa/gabrielawiener/

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