Urdimbre de Odette/Amaranta
Por Rossella di Paolo
Sobre delicados hilos de lino camina la vida. Desde los pañales
hasta la mortaja, pasando por manteles, sábanas, velas de barcos o trajes o
vendas...
Los gozos, los viajes, las heridas, las muertes van y vienen,
penden, del delgado hilo...
En la antigua Grecia, según Robert Graves, se bordaban las
marcas de la familia y del clan en los pañales del recién nacido, y así quedaba
establecido su lugar en la sociedad. Se cree que de esa costumbre surgió el
mito de las Moiras, según el cual el hilo de la vida se hilaba en el huso de
Cloto, se medía con la vara de Láquesis y se cortaba con las tijeras de Átropo.
Como se desprende de esto, entre costureras o hilanderas no solo
hay el ligero y suave “coser y cantar”, pues existen husos, varas, tijeras,
agujas… instrumentos filosos y punzantes que están detrás de una labor
delicada, pero disciplinada e implacable como una guerra.
Lo dicho nos puede conducir también a recordar que las tareas
tradicionalmente asignadas a las mujeres no son sinónimo de ánimo apocado o de
minúsculos universos cerrados en sí mismos. Si echamos nuevamente una mirada a
la mitología, encontramos a la joven Aracné, capaz de bordar las terribles
hazañas de Posidón (con belleza y habilidad tan grandes que despertó la envidia
de Atenea). Además, ¿no fue gracias al hilo de Ariadna que Teseo evitó perderse
en el laberinto y pudo así dar muerte al Minotauro? Inteligentísima Ariadna,
como también lo fue Penélope, tejiendo de día y destejiendo de noche.
Siempre me he preguntado si Penélope no hizo también su propio
fantástico viaje, su propia Odisea, labrando esa mortaja para su anciano
suegro. Viaje lleno de aventuras del espíritu: la angustia, año tras año, por
la ausencia de Odiseo; el malestar con respecto al anciano Laertes por usar su
mortaja como excusa, como material de un engaño, y además, público; el valor
para mantener a raya con este ardid dilatorio a los voraces pretendientes que
ocupaban el palacio a todas horas; el temor de ser descubierta, como de hecho
ocurrió….
No por nada, las virtudes atribuidas a Odiseo: “fecundo en
ardides”, “ingenioso”, “astuto”, “paciente”, coinciden con aquel epíteto que
acompaña siempre a Penélope, “discreta”, es decir, sutil, ingeniosa, astuta, en
control de las situaciones.
En la Odisea hay un momento en que su hijo Telémaco le dice
caballerosamente: “Vuelve a la habitación, ocúpate en las labores que te son
propias, el telar y la rueca, y ordena a las esclavas que se apliquen al
trabajo, y del arco nos cuidaremos los hombres y principalmente yo, cuyo es el
mandato en esta casa” (XXI).
Frente a esto no podemos dejar de recordar con una sonrisa que
momentos antes, Penélope, inspirada por Atenea, fue quien alcanzó “a los
pretendientes el arco y el blanquizco hierro, a fin de celebrar el certamen que
había de ser el preludio de su matanza” (XXI). En otras palabras, fue ella
quien propuso el reto de disparar las flechas con el arco magnífico de su
esposo, reto que, como recordamos, ganó Odiseo bajo la apariencia de un
mendigo, para, a continuación, dirigir el resto de las flechas contra todos sus
rivales…
Permítanme citar la escena en que Penélope retira el arco de su
escondite:
“Penélope subió al excelso tablado donde estaban las arcas de
los perfumados vestidos; y tendiendo el brazo, descolgó de un clavo el arco con
la funda espléndida que lo envolvía. Se sentó allí mismo, lo tendió en sus
rodillas, lloró ruidosamente y sacó de la funda el arco del rey. Y cuando ya
estuvo harta de llorar y de gemir, fue a la habitación en donde se hallaban los
ilustres pretendientes; y llevó en su mano el flexible arco y la aljaba para
las flechas, la cual contenía abundantes y dolorosas saetas” (XXI).
Qué exacta dosis de sensibilidad y cosa amenazante envuelve a
Penélope: el arco de Odiseo escondido entre “perfumados vestidos”; el llanto
que la quiebra –pero del que luego se repone– quizá porque el arco despierta
recuerdos del esposo ausente, y, quizá también, por la idea de muerte que trae
asociada (ningún arma es inocente, aun cuando no esté en uso, o lo esté para un
juego).
La paciente tejedora de la tela, y la que sostiene en su mano el
arma clave para el desenlace, parece volver delicada y aguerrida desde el
pasado mítico, y atravesar las páginas del libro que nos reúne esta noche aquí,
pues uno de los poemas de Urdimbre, dice: “no asomes a mi cuerpo / blancas
armas bajo flores // elijo el sable / al vano intento de ternura / en el
incendio”
En otro poema leemos: “soy tijera // filo / hoja metálica /
cruda /angulosa // hilo punzante / hecho surco”
Y aún: “dardo / afilada / palabra / enardecido / canto / punzón
/ en / tus / entrañas”
Pero también en Urdimbre podemos encontrar versos que hablan de
ternura y celebración de la vida:
“allí / donde mi perro es un jardín / y la cocina una tina donde
dormir”
“recodo de amor / árbol en goce / respiro”
Esa mezcla de suavidad y determinación nos conmueve en el libro
de Odette. Las mismas suavidad y determinación de quienes hilan porque saben
que tanto como acariciar texturas, también hay que medirlas con precisión,
cortarlas con las tijeras, atravesarlas con las agujas una y otra vez…
En ese contexto podemos anotar también que los brevísimos versos
de Urdimbre se distribuyen en la página formando delgadas ondas o líneas
verticales u horizontales, y contribuyen así a crear la sensación de un
bordado, pero un bordado sutil, una belleza sin alardes, con pocos pero exactos
elementos, con esa humildad que es más bien propia del hilo de las bastas, ese
encandelillado que no está hecho para verse, pero que sostiene todo desde su
“invisibilidad”. Por eso en este pequeño libro, las pocas y cortas palabras
escritas siempre en minúsculas, las pausas o silencios, trabajan sobre las
páginas y hacen que ellas relumbren con la pureza de las telas, de los lienzos.
La fina diagramación de interiores, a cargo de Camila Bustamente, es perfecta
para el ánimo del libro, así como los sugerentes dibujos de Rosamar Corcuera,
Carlos Alberto Ostolaza y Martín Zavala, y el diseño de portada de Mari Gho.
Urdimbre está divido en tres secciones, y podría decirse que
cada una de ellas refleja una etapa de la vida. En cierta forma, están
implicadas / imbricadas aquellas Moiras a las que aludí, pues se extienden en
el tiempo, dan una idea de origen y de trayecto…
Por ejemplo, hebras presenta –como sugiere el nombre– líneas
sueltas, breves, casi apuntes al vuelo, sensaciones, imágenes. Hay algo como el
balbuceo inicial de los niños, algo de su feliz ir y venir de palabras: “era
solo volando bajo el mar”, “azul por tu ventana”.
En nudos hay un tono joven de rebeldía, un querer definirse
distinta de los modelos, lo cual –dicho sea de paso – no debe ser sencillo para
la voz poética en tanto que –como autora– Odette es nieta e hija de poetas
admirables como Gustavo y Rosina Valcárcel. Pero ello otorga mayor mérito a su
propuesta estética. Incluso, el hecho de firmar sencillamente Amaranta podría
interpretarse como una forma de afirmar su singularidad. Los poemas aquí
muestran mayor tensión, son nudos, precisamente. Los versos que cité hace un
momento sobre las tijeras o dardos, visibles o escondidos… son de esta parte.
La tercera y última sección, tramas, parece apuntar a un
universo más adulto. En esta parte los poemas son ligeramente más extensos y
trabajados. Aquí, la poeta se ausculta y se describe físicamente:
“tierno animal mi esqueleto / cóncavo cráneo / anida al cerebro
/ falange / falangina / falangeta / dueño es / mi peroné /eterna clavícula /
afilado coxis / grávido esternón / vértebra tras vértebra / mis delicados
huesos / armadura atrapada / en blando cuerpo”.
Es interesante observar aquí cómo vuelve la oposición de lo
blando y lo fuerte en esa imagen de “armadura” contenida en la blandura del
cuerpo. Una armadura que, a su vez, está hecha de “delicados huesos”.
Unida a esa exploración física va la exploración estética, la
relación con las palabras (“amo / las / palabras / y / el cuerpo / que las /
nombra”). En esta sección el término “palabras” vuelve una y otra vez. Ellas
vertebran o sostienen o, más propiamente, hilvanan el quehacer poético. Idea
que se ve reforzada con el epígrafe “Hablar es hilar y el hilo teje al mundo”,
de Cecilia Vicuña.
Seguramente esto es lo que también comprendieron los antiguos
pobladores de la ciudad sagrada de Caral, pues como parte de sus rituales
religiosos, ellos quemaban en sus templos objetos fabricados con hilos de
algodón, que, por su forma y uso, los arqueólogos han denominado “Ojos de
Dios”.
Antes de despedirme, me gustaría leerles un precioso fragmento
de Las ciudades invisibles, de Ítalo Calvino, en el que se nos describe una
ciudad fantástica, cruzada de hilos:
“En Ersilia, para establecer las relaciones que rigen la vida de
la ciudad, los habitantes tienden hilos entre los ángulos de las casas, blancos
o negros o grises o blanquinegros, según indiquen las relaciones de parentesco,
intercambio, autoridad, representación. Cuando los hilos son tantos que ya no
se puede pasar entre medio, los habitantes se marchan: las casas se desmontan;
quedan sólo los hilos y los soportes de los hilos.
Desde la cuesta de un monte, acampados con sus trastos, los
prófugos de Ersilia miran la maraña de los hilos tendidos y los palos que se
levantan en la llanura. Y aquello es todavía la ciudad de Ersilia, y ellos no
son nada.
Vuelven a edificar Ersilia en otra parte. Tejen con los hilos
una figura similar que quisieran más complicada y al mismo tiempo más regular
que la otra. Después la abandonan y se trasladan aún más lejos de sus casas.
Viajando así por el territorio de Ersilia encuentran las ruinas
de las ciudades abandonadas, sin los muros que no duran, sin los huesos de los
muertos que el viento hace rodar: telarañas de relaciones intrincadas que
buscan una forma”.
Lo que perdura en Ersilia, entonces, son los hilos. Los delgados
hilos que simbolizan las relaciones entre las personas, y que pueden ser
sencillas o complejas pero siempre más duraderas (valiosas o determinantes) que
los recios muros o la misma muerte.
Los hilos que nos hablan de vínculos estrechos, de afectos
indestructibles.
A partir de hoy, la urdimbre del bello y delicado libro de
Odette hará que no lo olvidemos.
Rossella Di Paolo
MAC, Barranco, 15 de diciembre 2014
(Texto leído durante la presentación del poemario)
Comentarios