La luz es un vehículo:

Más sobre Josemári Recalde y el Libro del sol por Diego Otero en El Dominical**



POESÍA

La luz es un vehículo

Por: Diego Otero
Domingo 28 de Febrero del 2010



1

El “Libro del sol” (Intermezzo Tropical), de Josemári Recalde (Lima, 1973-2000), empieza con un poema sombrío, doloroso y desbocado que se titula “Antimediodía”, y que dice cosas así: “los delirios como gotas de fuego chorrean de los rostros con la señal candente de los conocidos verdugos y quieren alimentar sus llamas con tu cuerpo, no uno cualquiera”. Pero lo que parece el anuncio de un sumergimiento sin concesiones entre los pliegues de la razón y las tormentas de la calamidad, cede paso, paulatinamente, a un puñado de textos de suave brillo, empapados de un rotundo ímpetu místico, cuyas palabras parecen flotar sobre las cosas que nombran.

Hay un abismo entre ambos climas, entre la voracidad autodestructiva y la serenidad sacra y vital; pero también algo en común: la luz —el fuego del sol— como destino próximo o esquivo, como símbolo de purificación y de ruta hacia una vida nueva.

Dije vida y dije símbolo. Pero es difícil distinguir esos dos ámbitos en Josemári Recalde: entre su legado artístico y su biografía hay hilos que se tejen de manera insólita. El universo simbólico y la realidad parecen, por momentos, aparearse. En noviembre del 2000, Recalde publicó el “Libro del sol”, y en diciembre, alrededor del solsticio de verano —período en el que diversas culturas, incluyendo las amazónicas, realizan rituales en alabanza del sol—, fue hallado muerto en su pequeña casa —las lenguas de fuego atravesando las ventanas y lamiendo la noche, las paredes completamente cubiertas de hollín.

2
“Cuando despertó, lo hizo en el poema. / Dentro del bosque, un letrero sin énfasis rezaba: / La vida os da la bienvenida. / Cada ser humano es un logro de la vida”. Estos versos del poema “Transportación” evidencian la contradicción que Recalde asumió plenamente en su poesía y en su vida: el despertar y la mortaja; el bosque, representación de lo salvaje, y la inscripción de la cultura en el letrero. Otro movimiento paradójico: su poesía luce casi siempre un tono menor, lúdico, modesto, que genera una fricción frente a la amplitud y la ambición de su discurso: la felicidad, la salvación, el amor, el perdón, Dios, la muerte.

El director de teatro Jorge Castro, que fue muy amigo de Recalde desde la secundaria, ejemplifica así la contradicción: “podía llegar y regalarte un poema terrible, de una oscuridad absoluta, construido a partir de una pesadilla o una anécdota real, pero podía también pasearse contigo por la PUCP y decirte el nombre exacto de cada una de las plantas y flores que veía en el camino. Es como si hubiera convivido con una gran aspereza y una increíble sensibilidad, al mismo tiempo. Por otro lado tenía un notable sentido del humor y una gracia natural”.

Algo de eso está en su poesía, y ahí radica su valor y su particularidad. En su poesía hay una auténtica fascinación por la delicadeza contemplativa y enigmática de Eguren y por la picardía callejera y gozosa de Luis Hernández —entre otros, claro—, a quienes asume como compañeros de ruta, con una calidez y una cercanía inusuales. Además, su poesía está marcada por una serie de giros modernistas y exploraciones neobarrocas —como bien señala Luis Fernando Chueca en el breve prólogo— que la hacen ir como a contramano, ajena tanto a los remilgos del canon como a los pruritos del margen.

Es como si todo hubiera tenido cabida. Y eso tiene su precio.

3
Uno de los poemas más emotivos del “Libro del sol” lleva el título de “Correo intergaláctico”, y es una especie de breve postal, de lenguaje sencillo, para su padre. Ahí se pregunta: “¿Alguna vez tú y yo hemos estados más solos?”. Jorge Castro me cuenta que Recalde una vez le relató una historia que lo conmovió, y que hasta hoy recuerda con nitidez. “Cuando Josemári era niño su padre sembró un árbol en la casa, y le dijo que cuando el árbol estuviera grande, él iba a estar de regreso. Pero nunca regresó”.

En los últimos años Recalde se vinculó mucho con las culturas amazónicas. Realizó una serie de viajes y se involucró, quizá con demasiada vehemencia, en las ceremonias del ayahuasca. Sus poemas, a partir de entonces, abrazan una especie de sacralidad mestiza —cercana en algún punto al proyecto plástico de “A imagen y semejanza”—, en la que el cristianismo y la ritualidad shipiba se dan la mano, sin brusquedad. Un gesto artístico que es un símbolo de afirmación de la vida y que habla de necesidades urgentes hoy, en el Perú. Y que —una última paradoja— terminó guiándolo hacia la muerte.

Un poema del “Libro del sol”


Y estar acá esta vida siempre errante,
de transeúnte o peregrino de paso
por estos lares,
sin ser
dueño del mar ni de los farallones,
no,
sino llegar al Sol tan solamente
sobre mi frágil nave
parar mirar de nuevo la sonriente vida.


** CON RESPECTO AL ARTÍCULO DE DIEGO OTERO, DEBEMOS ACLARAR QUE LA EDICIÓN DEL LIBRO CORRESPONDE A "INTERMEZZO TROPICAL" Y NO A "INTERMEZZO" COMO ÉL CONSIGNA. POR OTRO LADO, EL POEMA TITULADO "CORREO INTERGALÁCTICO" DEBERÍA DECIR "CORREO INTERCELESTIAL".

LA FOTO QUE FUE PUBLICADA EN EL SUPLEMENTO DOMINICAL DE EL COMERCIO PERTENECE A OFELIA HUAMANCHUMO.

Comentarios

Hans dijo…
¡¡¡Bienvenidos!!!

¡Estás de Suerte!
¡Quedas invitado a la inauguración de un nuevo blog!
¡LAS CRÓNICAS DEL NAZCA: UNA MIRADA DESDE LA OTRA VEREDA!
¡Te esperamos! (Trae canchita, Frunas de guanábana o Halls de tuna.)

Entradas populares